Un día extraordinario 
  No me gustaría quedarme con el gordo, ¡más dinero, más  preocupaciones! Lo sé que puede parecer una locura, también hay gente que  podría decirme: 
  «¡Hombre!, no te agrada el dinero, relájate, tranquila, te  lo acabo yo. No necesito recompensa, para mí es un placer, ni tienes que darme  las gracias ya que no he robado tu billetera. Desde este momento somos  compadres ¡por la vida! Tú eres el dinero yo el gasto, no hay pareja mejor». 
  Esto sería el mal menor y ciertamente no me atraería vivir  pegada a un ratero malhumorado para no haber tenido suerte de malgastar el suyo  propio. 
  ¡No, de verdad no me gusta el gordo! Todos los días  calculando posibilidades, aplicando porcentajes, dividiendo sumas, buscando  direcciones de reuniones comunitarias, fluctuaciones financieras, devaluaciones  de monedas, quiebras de bancos, quiebras de Estados, derrumbamientos de  mercados, derrumbamiento de mi vida. 
  En absoluto, ¡totalmente y tremendamente complicado! 
  No quiero el gordo. Quiero un día extraordinario traído por  un mágico vendaval, cuanto más intenso mejor. Un día donde puedo duplicarme  cada vez que me miro en el espejo diez, cien, mil veces. Y cada una de las  réplicas de mi misma a trabajar para mí, para ofrecerme una vida más sencilla.  Una yo a recoger los niños, una yo para hacer la compra, una yo para ir a la  oficina, una yo para atender a los padres, una yo para cocinar, lavar, asear,  limpiar, una yo para que salgan bien las cuentas al final del mes, una yo para  cuidar todo el mundo. 
  ¿Y para mí? 
Eso lo tengo claro. Me encanta ser dueña de la noche. .
    
  |